Islas Griegas - 1995
Impresiones de un crucero inolvidable
Tenían que pasar muchos años para poder visitar en 1995 por segunda vez tierras griegas. Salimos, como previsto, en un vuelo de IBERIA (Boeing 757) rumbo a Atenas. Después de semanas pensando en las vacaciones, una vez a bordo, realizo que éstas verdaderamente acaban de comenzar. Tenemos un vuelo tranquilo, sólo a lo lejos observo, en un cielo totalmente despejado, unas extravagantes formaciones de nubes. Me relajo en mi asiento, dejando volar mis pensamientos, escuchando “Reflections of Passion” de Yanni, música que me fascina y que me acompaña muchas veces. Después de sobrevolar Sardinia, de nuevo el mar, siempre el mar. En mi cassette cambio Yanni por Rod Stewart con “Lady Luck” y es así como realmente me siento, de alguna manera especialmente feliz y con la sensación de absoluta tranquilidad y libertad.
Pronto ya se vislumbra la costa italiana; sobrevolamos Napoli, distinguiéndose claramente el Vesubio. Después de Italia, el Mar Jónico y en él, dispersas, las primeras islas. Nos vamos acercando a la costa, recortada ella, fragmentada. Calas con aguas cristalinas, clubes náuticos con embarcaciones amarradas y, entre abundante vegetación, casas encaladas. A la hora prevista aterrizamos en el aeropuerto internacional de Atenas.
Nos reciben los organizadores de la agencia de viajes, sus azafatas nos entregan la documentación y, como no, flores para las damas. Nuestro hotel “Arion Astir Palace” está situado en Vouliagmeni, una pequeña península en las afueras de Atenas, en un entorno de naturaleza espectacular.
La primera noche nos vamos a cenar a un pequeño restaurante típico y familiar, situado en la misma península de Vouliagmeni. La selección de los platos resulta algo complicada, el servicio es un poco lento, pero nuestra cena buenísima, probamos ouzo y vino retsina, descubrimos el queso feta en las ensaladas, hay pescado, gambas, Kebap y, en detrimento de la línea, postres demasiado buenos! El ambiente es distendido y alegre, nos encontramos muy a gusto.
Calimera! Por la mañana del día siguiente decidimos ir a Plaka, el barrio más antiguo y pintoresco de Atenas, prácticamente a los pies de la Acrópolis. La experiencia de este primer viaje en taxi por el tremendo tráfico de Atenas es excitante y preocupante a la vez. Compadezco sinceramente a los miles y miles de conductores. Atenas, con aproximadamente 4 millones de habitantes, contando los del Pireo, es una ciudad muy extendida, ya que por precaución a los terremotos no se edifica muy alto.
El taxi nos deja en el centro de Plaka, justo al lado de un Banco. Entramos para cambiar dólares y aquí nuestra primera sorpresa: el banco no tiene ninguna clase de protección, es más, llama la atención el gusto de su decoración y, sobre todo, el trato que se nos dispensa. Hay un ambiente absolutamente en contraste con lo frío y estéril de los bancos a los que estamos habituados. Ya nos explicaron en el autocar, camino del aeropuerto al hotel, que en Atenas apenas existe inseguridad. Deambulamos por las calles estrechas y retorcidas, donde se encuentran varias tabernas y un sinfín de pequeñas tiendas que venden artesanía popular, como p.e. cerámica, artículos de piel y textil, sobre todo joyas y, naturalmente, recuerdos típicos. Hacemos nuestras primeras compras y fotos y, a la hora del almuerzo, nos decidimos por una taberna típica, donde probamos musaka y vino crasi del país. Resulta sumamente interesante observar a la gente alrededor, todo el ambiente. El dueño del restaurante no escatima ningún esfuerzo para acercar a nuestra mesa un “organillo ambulante” con su pintoresco propietario – todo vale para contentar al cliente.
Al finalizar la sobremesa es hora de volver al hotel. Tan sólo después de varios intentos fallidos logramos que un taxi se pare y nos lleve de nuevo a Vougliameni. Al parecer los taxis son el medio de transporte por excelencia y realmente baratos, no obstante, la dificultad consiste en poder encontrar uno libre. Ir en autobús significaría, al menos para nosotros los visitantes, una auténtica aventura; en primer lugar, no sabríamos leer los rótulos en griego y por otro lado los buses tienen la fama de no pararse algunas (o muchas) veces donde se requiere.
La mañana siguiente visitamos un centro comercial no lejos del hotel. Contrario a la antigua Plaka, se trata de una barriada comercial moderna con tiendas de lujo y alto standing donde artículos y precios son comparables a los de cualquier ciudad de Europa.
Por la mañana del día siguiente damos una vuelta por los alrededores del hotel. Nos parece absolutamente necesario andar un poco después de estar sentados tanto tiempo en aviones, autobuses, en almuerzos y cenas. Descubrimos un pequeño club náutico y desde sus terrazas disfrutamos del aire libre en este lugar idílico. Hay una vista preciosa sobre el mar y el sol invita a permanecer. Observando la panorámica me siento relajada y muy a gusto. Una barca de pesca rodeada de docenas de gaviotas avanza lentamente en la bahía. Hay paz y tranquilidad en el ambiente.
Por la tarde salimos en autocar a Cabo Sunio, lugar donde se encuentra el santuario de Poseidón. La intención del guía es que presenciemos la puesta del sol en aquel lugar límite de la provincia de Ática. Después de hacer fotos de los restos del templo, nos instalamos en un lugar idóneo entre las rocas, cerca del acantilado. Delante nosotros el inmenso mar, quieto y profundo. El sol aún está medio alto, pero poco a poco va poniéndose. Por supuesto, todas las cámaras de vídeo y fotos están preparadas para captar el momento impresionante, cuando el sol desaparece ahí en el horizonte fundiéndose con el mar. Pero, lástima, en el último momento, una cortina de oscuridad emergente se pone delante del astro sol, rompiendo el encanto.
Al día siguiente está prevista la visita panorámica de Atenas y su Acrópolis. Es un placer prestar atención a las interesantes explicaciones del guía durante el trayecto en autocar. Antes de llegar pasamos cerca del Estadio Olímpico y luego nos paramos para presenciar el cambio de la guardia del Palacio Real en sus peculiares uniformes. Todos sus integrantes son muy altos y bien escogidos; tienen una manera muy especial de mantenerse derechos y una forma muy curiosa de moverse.
Finalmente llegamos a los pies de la Acrópolis, símbolo de Atenas y parte esencial de su historia. Lentamente comenzamos con el ascenso. Aparte de disfrutar de la belleza arquitectónica de sus construcciones eternamente clásicas y al margen de las explicaciones, hay que dejar volar la imaginación y así retroceder en el tiempo.
Visitamos, por supuesto, el museo perteneciente a la Acrópolis, llenos de históricas y bellísimas obras de arte.
El ambiente alrededor es multicolor, por todos los lados se cruzan grupos de distintas nacionalidades, se oyen los más diversos idiomas. Antes de descender, nos acercamos para contemplar a la ciudad de Atenas desde lo alto de la Acrópolis, una bellísima panorámica.
A continuación, nos llevan a un hotel en el centro de Atenas donde nos ofrecen un refinado almuerzo. Luego, ya de noche, estamos invitados a una cena-espectáculo en la mejor sala de fiestas de Atenas. Nos cuentan que Atenas está llena de vida por las noches. Dicen que la fiesta nunca no se detiene antes de la luz del alba…Los griegos aman la música y siempre están dispuestos a reunirse para cantar y bailar.
Nosotros abandonamos el lugar relativamente pronto ya que la mañana siguiente, muy temprano, tenemos que embarcar destino a las islas griegas. De las numerosísimas islas griegas que hay dispersas en el Mar Egeo visitaremos a sólo tres de ellas. Así que nos disponemos a salir para el Pireo, donde el “Stella Solaris” nos espera. La nave tiene una línea muy elegante y es, incluso para mí, lo suficientemente grande para embarcarme sin reservas. Espero que el estado de la mar no cambie.
Una de las primeras obligaciones a bordo es la participación en el ejercicio de salvamento, es decir, se trata de un acto absolutamente necesario, siempre según las normas internacionales de la navegación. Nos alinean en grupos en varios puntos estratégicos del barco, con los salvavidas puestos y bien atados. Nos explican lo que significa el sonido repetido de la sirena, el funcionamiento y mecanismo de las lanchas. Luego vienen a pasar revista los oficiales – casi como en la marina.
A bordo absolutamente toda actividad está prevista y bien organizada. Una vez cumplido con el requisito del ejercicio de salvamento, podemos comenzar con el programa de entretenimiento que todos tenemos impreso en nuestros camarotes. Navegamos destino a Mykonos a 92 millas náuticas, el mar completamente en calma, sólo una ligera vibración del barco nos hace recordar que estamos en marcha. Llegamos a la hora prevista a la isla, donde los transatlánticos no pueden atracar en el muelle, es decir, tienen que fondear en la bahía. Para evitar aglomeraciones en el desembarque de pasajeros y traslado al puerto de Mykonos se aplica un sistema de control muy bien ideado; todo resulta más fácil de lo que me había imaginado, para no decir temido. El barco tiene su propia plataforma con escalera para descender directamente a unas pequeñas lanchas. Además, siempre hay una mano marinera dispuesta a ayudar. Una vez en tierra, niñas ataviadas con trajes típicos, nos dan la bienvenida repartiendo claveles y dulces de la isla.
Mykonos nos recibe en un espléndido atardecer, es un lugar encantador, distinto. No sé cómo serán los días de invierno aquí, cuando el mar esté embravecido, el cielo oscuro, cuando el viento sople sin cesar. Pero ahora, a finales del verano, Mykonos transmite toda su magia. Me siento un poco en otro mundo sentada en una de sus terrazas cara al puerto con decenas de barcas pintadas in vivos colores, con la suave brisa desde el mar y una bonita puesta de sol. Luego deambulamos por sus callejuelas pavimentadas con piedras. Las casas, entrelazadas entre sí, de un blanco deslumbrante y, en contraste con ello, todas las ventanas, puertas, balcones, así como los pasamanos de las escaleras exteriores, pintadas en los más diversos colores, aunque predominando siempre el azul y rojo. Otra pincelada de color son los muchos maceteros, llenos de geranios, albahacas y buganvillas rojas y moradas que trepan por entre sus casas encaladas. Tal vez el atractivo de este lugar resulta justamente de su luz y color. No obstante, la vegetación en las colinas, en general, es más bien escasa.
Seguimos con nuestro paseo por las callejuelas estrechas, laberínticas. No resistimos la tentación de comprar en una de sus muchas joyerías alguna que otra pieza de oro antes de acudir a la cena preparada en la terraza de una taberna típica en el puerto, una cena acompañada de música griega, melódica, armoniosa, sin estridencias, como suele ser. Luego es preciso volver a nuestro barco fondeado en medio de la bahía, ahora profusamente iluminado, una bellísima estampa.
Antes de medianoche zarpamos hacía Rodas, la isla más oriental, prácticamente frente a la costa turca. A bordo, en el salón toca la orquesta, hay un ambiente muy agradable. De repente el barco aminora la marcha, casi se para. Si entiendo bien el motivo es que, al pasar por las aguas jurisdiccionales turcas, se les exige a los navíos griegos el pago de un canon. Una vez cumplimentado este requisito, que probablemente tiene su origen en una histórica rivalidad, nuestro barco continúa la marcha. Tenemos la suerte de seguir navegando con absoluta bonanza.
Antes de la hora estimada llegamos a Rodas. Nos esperan, como siempre, autocares con guías locales para trasladarnos a Lindos, la denominada pequeña ciudad blanca. En el trayecto nos van explicando parte de la historia de Rodas. La isla me sorprende gratamente; es conocida como “la isla de las rosas”, la de la mítica estatua de bronce Coloso de Rodas, derribado por un terremoto de enorme magnitud y desaparecida en las profundidades del mar, es la legendaria isla del dios del sol Apolo, la de Afrodita de Rodas. En alguna parte leí lo siguiente: “desde las profundidades del mar surgió la isla de Rodas, hija de Afrodita, diosa del amor, para desposar al Sol”. Suena muy poético ¿verdad?
Lindos está situada en lo alto de una bahía, pero debajo de su Acrópolis. A ella sólo se llega subiendo los 125 escalones o alquilando un burrito. Nosotros desistimos de ambas cosas. Después de la parada en Lindos nos llevan a un hotel de lujo en la playa Faliraki, un lugar evidentemente turístico, donde nos reciben – como en casi todos los sitios que visitamos – con bailes regionales en los más bonitos trajes del folklore griego.
A continuación, visitamos el casco antiguo de Rodas-capital, rodeado y fortificado por murallas. En su centro, calles pavimentadas con piedras redondas, edificaciones de piedra arenisca del siglo XV, portales en forma de arco, resumiendo, un conjunto arquitectónico singular en su estilo donde aún hoy se respira el pasado.
La otra parte de Rodas-capital, la ciudad moderna, también tiene su encanto; todo está inundado de luz y color y cada mirada lejos te lleva de nuevo al mar.
Al atardecer nos esperan a bordeo del barco para zarpar hacía Heraklion en Creta. El programa durante la travesía es de lo más variado, hay películas, bingo y – cómo no – clases de Sirtaki. Por la noche incluso se celebra una gran fiesta “Noche Griega” a bordo. Disfrutamos de nuevo de una excelente cena degustando delicias griegas y finaliza así una noche muy agradable. Kalinikta!
En una navegación absolutamente tranquila llegamos a Heraklion a la hora prevista la mañana siguiente. Atracamos en Creta, la mayor de las Islas Griegas y la más meridional del Egeo. Después del desayuno desembarcamos y los autocares nos llevan directamente a Knossos, cuna de la dinastía Minoica. La visita es extensa y la guía local nos introduce en su historia y los misterios de los restos del palacio. Aún hoy, en sus cimientos se pueden ver restos de la legendaria residencia del Minotauro, el laberinto. En Knossos lo que más admiro son los preciosos frescos de una especial escala de colores, testigos de un tiempo tan lejano, representando historia y leyenda de hace más de 2000 años antes de Cristo.
El palacio había desaparecido debido a una erupción volcánica de Santorini, que causó un maremoto de tal intensidad, que lo destruyó completamente y, con los años, innumerables estratos de tierra lo taparon. Sólo en el año 1900, un inmenso trabajo arqueológico trajo Knosssos de nuevo a la luz y se comenzó con su restauración. ¡Interesante, apasionante historia!
Debido a un inesperado reajuste en la salida desde Atenas (huelga anunciada por parte de nuestra compañía aérea) el tiempo apremia. No obstante, queremos hacer alguna que otra última compra en el centro de Heraklion antes de continuar viaje a un complejo hotelero en la villa turística de Hersonissos, combinación de arquitectura del egeo y servicios modernos de lujo. Visitamos a todas sus instalaciones antes del almuerzo, nuestra última invitación en tierras griegas, la que se puede considerar el broche de oro durante nuestra estancia, aunque en todos los sitios hemos podido comprobar la excelente hospitalidad y amabilidad de los griegos.
Así que ajeno a nuestra voluntad tenemos que adelantar nuestro regreso a España. El barco nos espera en el puerto de Heraklion y nos lleva – más deprisa que realmente programado y deseado – de nuevo al puerto de Atenas, el Pireo. Con un vuelo de regreso por cuenta de Olympic Airways, también algo precipitado por las circunstancias de la huelga de Iberia, finaliza un viaje intenso e interesante.
Nuestra estancia ha servido para conocer tan sólo una parte de la variedad paisajística de este bonito país, su gente, su historia, arte y artesanía. Me queda la ilusión de volver, si es posible, en un futuro no demasiado lejano.
Dice la carta de despedida del STELLA SOLARIS a todos los participantes “durante 654 millas náuticas hemos sido amigos” y a mí me gustaría añadir “hemos tenido la suerte de navegar con un mar en calma total, hemos gozado de la extraordinaria hospitalidad en tierras griegas y bajo un cielo intensamente azul”.
Así ¡a cualquier parte! EFJARISTÓ!