Un sueño, una ilusión

Teniendo 17 años, mi mundo estuvo lleno de sueños, ilusiones y esperanzas.  A pesar de haber sido educada musicalmente en base a la música clásica, mi deseo más pronunciado entonces fue el de ser cantante de música moderna y popular. Me acostumbré a escuchar mucho la radio y descubrí las bonitas canciones que llegaron del otro lado del Atlántico en las voces de Andy Williams (balada, pop, jazz), Connie Francis (pop, jazz), Dean Martin (pop, jazz), Ella Fitzgerald (jazz) o el conjunto The Platters (Rhythm & Blues), entre otros.   

 

Mi gran ejemplo por aquel entonces, no obstante, fue una cantante italiana/francesa, entonces muy de moda, de nombre Caterina Valente. Tuve una bonita foto de ella en mi habitación, siempre la emulé a ella y a sus canciones, acompañándome al piano, la mayoría de las canciones tipo pop o jazz, pero también “Schlager”, algo así como pop alemán. Desde mi ciudad fui sola en tren para escucharla con motivo de uno de sus conciertos en el Palacio de Música de Hamburgo.  Este fue además el primer concierto al que asistí.

 

 

 (Caterina Valente - cantante y guitarrista)

 

 

Así pues, con algunas de sus canciones aprendidas en casa, un día me presenté sin más en casa de un conocido “band leader” de mi ciudad. 

Aún en el portal de su casa, después de haberme abierto la puerta y preguntado por la razón de mi visita, le saludé y sin más le pregunté si sería posible que me escuchara cantar una vez. ¡Así de directo, así de sencillo, así de natural!

 

Después de una conversación breve y, por sorpresa mía, el músico me invitó a hacer una prueba los próximos días en el local donde habitualmente tocaron él y su banda. Aún me pregunto qué es lo que vio en mí, pero puedo asegurar que no cupe en mí de contenta, entusiasmada y nerviosa al mismo tiempo.

 

El día de la prueba, por primera vez cantando con micrófono en un escenario  fue algo genial para mí. Canté tres canciones, una era “I love Paris” de Cole Porter, acompañada por el conjunto musical. Escuché mi voz lejos que volvió a mí como un eco. ¡Qué experiencia para una jovencita, qué ilusión!  Mi voz gustó y la intención del director-músico fue contratarme para los sábados cuando el grupo solía tocar para el baile o para otros eventos esporádicos.

 

Pero a mis padres no les gustó esta idea, en absoluto. No estuvieron conformes, sencillamente me lo prohibieron. Ambos fueron de la opinión que no era nada “decente” cantar por allí y por allá, menos en un salón de baile. Con un “lo que tienes que hacer es estudiar” (fue mi último año del instituto) se acabó el tema para ellos. No para mí.  

 

No hay que olvidar que, en aquellos tiempos, la mayoría de edad tan sólo llegó a los 21 años. Así que no me quedó otra que obedecer. Este episodio me costó muchas lágrimas y no lo pude olvidar nunca.

 

No obstante, en años posteriores más de una vez me planteé la pregunta si en el fondo no habrá sido mejor así. ¿Quién sabe? Probablemente y desde luego mi vida no hubiera sido la misma que la que finalmente tuve y tengo.

Seguí cultivando mi nueva afición a la música moderna. Me compré una radio para mi habitación, un mueble tocadiscos, muy de moda en aquellos años, y comencé a adquirir los discos vinilos, sobre todo los llamados discos de larga duración (LP) de mis cantantes favoritos. Con el tiempo llegué a tener muchísimos que – todo sea dicho – aún hoy conservo en mi colección.   

 

 

 

 

 

Con el gran cambio en mi vida, después de haberme casado, establecí mi residencia junto a mi marido en Mallorca (España). En la mudanza se encontraron mi radio, mi mueble tocadiscos y mi colección de LPs, pero lamentablemente por alguna razón no mi adorado piano.